lunes, 8 de septiembre de 2008

"Dios le permitió hacer lo que más le gustaba: comunicarse con la gente"



Un día, después del almuerzo todos se fueron a cumplir tareas propias de la estancia, solo se quedó Jorge en la casa porque tenía que ir con un peón a buscar a Don Quintín Jabat (hermano de la dueña y amigo de nuestra familia) al colectivo que venía de Neuquén a Copahue.
El peón y él estaban a caballo esperando con otro animal para el viajante. Bajó con su valija y Coque le dijo que él la llevaría. Cuando estiró el brazo derecho para levantarla con uno de sus pies tocó la verija del caballo. Este se desbocó lo despidió violentamente, cayó de espalda y el animal levantó sus patas delanteras y cayó con ellas sobre su vientre.
Eso le produjo el estallido de parte del duodeno. El colectivero avisó rápidamente lo que había ocurrido. Llegó al lugar un camión con muchas personas que improvisaron una camilla mantenida en el aire y lo llevaron entre varios, turnándose para que no se moviera en el trayecto que había hasta Loncopué.
El médico militar del centro termal de las Maquinitas de la Laguna Las Mellizas, fue quien dio todas las indicaciones para su traslado, y dijo que permanentemente el lugar golpeado tenía que estar cubierto con una bolsa con nieve.
Así llegó a Loncopué y luego se utilizó el mismo método pero con hielo que llevaron desde Zapala, hasta llegar a Neuquén.
El peor problema era cómo trasladarlo en forma urgente, ya que estaba muy grave, porque cometió la imprudencia de tomar gran cantidad de agua de un balde que estaba en el baño, cuando a él sólo le mojaban los labios.
Esta situación la estaban intentando solucionar en el Aero Club Neuquén y surgió la posibilidad de hacer un vuelo con un avión sanitario para traerlo. Inmediatamente se transmitió la noticia a Loncopué.
Para que pudiera bajar el avión debían señalar muy bien el lugar para el descenso de la máquina. Eligieron la cancha de carreras cuadreras del Club Hípico (en la que Coque tres veces había corrido y ganado). La emparejaron y señalizaron con hojas de diario en todo el trayecto por donde bajaría el avión y así se logró su traslado en muy pocas horas después del accidente y fue el primer avión que bajó en Loncopué.
Fue internado en el Policlínico Neuquén. Su estado cada vez era más grave, y había que operar urgente.
El primero que lo vio fue el Dr. Eduardo Castro Rendón, íntimo amigo de mi padre. Lo abrazó y le dijo “Adolfo tu hijo está muy mal, no resistirá la operación, no me animo a operarlo”. Lloraron juntos. Mi padre estaba desesperado y no sabía que hacer.
En esos momentos se acercó el Dr. Rafael Vitale que hacía poco tiempo que se había recibido de médico y le dijo a mi padre que él lo iba a operar, que asumía el riesgo de que se le muriera en la operación.
Mi hermana llegó de Mendoza. La operación duró muchas horas y terminó exitosamente.
Cuando lo pasaron a la habitación de cuidados intensivos él ya estaba despierto. Mi padre estaba esperando al Dr. Vitale en el pasillo. Hablaban muy bajo pero Coque escuchó perfectamente lo que el médico le dijo: “Adolfo, hice por tu hijo lo que hubiera hecho por un hijo mío, resistió pero tienen que pasar 24 horas para que te pueda decir que podemos esperar”. Papá se acercó a la cama y como Coque abrió los ojos le dijo: “Hijo querido te salvaste, Rafael me dijo que ya pasó el peligro. Dijo que tenés que poner toda tu voluntad para recuperarte, yo te prometo que si salís de esto te voy a comprar esa moto que tanto te gusta”. Solía contar Coque que le dio tanta ternura escuchar como mentía nuestro padre para darle ánimo, que en ese momento pensó: “Dios mío, cuanto lo quiero. Si salgo de ésta me hago cura”. Después de ese día, siguieron las 48 y las 72 horas y por fin Vitale dijo: “Se salvó, ahora lo voy a mandar a Buenos Aires para una interconsulta.”
Debo acotar sobre lo que puse anteriormente acerca de las promesas que papá hizo y lo que a su vez Coque se había hecho a si mismo.
Cuando Coque se acordaba siempre decía. “Pobre viejo. Él nunca se enteró de que yo escuché su mentira. El no cumplió con su promesa de comprarme la moto (porque sé que tenía terror de que si lo hacía tuviera otro accidente), pero yo tampoco cumplí con hacerme cura.”
Diez días después ya estaba en Buenos Aires en donde estuvo tres meses. Allí lo revisó el Dr. Ricardo Finocchietto y su equipo. Los cirujanos más importantes en la Argentina. Todos dijeron que el Dr. Rafael Vitale había hecho una operación excelente. No habían visto otra igual en un caso tan grave. Varias asociaciones incluida la del citado equipo remitieron telegramas de felicitaciones al Dr. Vitale y luego este caso fue publicado en revistas científicas del país y del mundo.
Volvió a Neuquén en los primeros días del mes de julio. Ninguno de nosotros lo reconocíamos: Había crecido como veinte centímetros. Estaba extremadamente flaco y se lo veía narigón.
Era el último año del colegio secundario. Había faltado un trimestre a las clases y tenía que recuperar el tiempo perdido. Recibió mucha ayuda de los profesores y sus compañeros y fue así que terminó llevando solo una materia, que rindió en diciembre.
Viajó a Buenos Aires para estudiar abogacía. Pero allí ya empezó a soñar con ser actor. Estuvo con nuestra prima Delia González Márquez, autora de muchas novelas de televisión famosas en su momento: “Un mundo de veinte asientos”, “Muchacha italiana viene a casarse”, etc. y también con su hermano Juan José Edelman (este adoptó el apellido de la madre, ya que el paterno era González Márquez), excelente actor de teatro y de radio. Ella le dio pautas como libretista y el segundo lo llevó varias veces a la radio cuando transmitían las novelas. Varias veces lo vio actuar en el teatro.
Ya tenía bien definido su futuro, que no pasaba por la abogacía.

Este año, 2008, murió Coque el 25 de junio a los 71 años, por dos úlceras de duodeno, una de ellas perforante que le produjo una hemorragia de tres litros de sangre.
Es decir, cincuenta y tres años después del accidente. Y por una lesión en el duodeno, el mismo órgano que lo tuvo al borde de la muerte a los diecisiete años. El mismo número de años, pero al revés : l7 y 7l…
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A partir de ese momento fueron aconteciendo cosas que cambiaron todo lo que él pensaba hacer en su vida. No resultó viajar a Buenos Aires para estudiar Abogacía. Volvió a su pueblo, a ganarse la vida haciendo propaganda en las calles con una camioneta con altoparlantes.
Descubrió que su vocación eran las tablas, le gustaba actuar, y decidió actuar. Mis padres dejaron que hiciera lo que le gustaba, y lo apoyaron en todo.
Decían ellos que no les importaba si ganaba o no dinero, sólo que fuera feliz. Formó su primera compañía de teatro. Luego se unió a la compañía de los padres de la que fue su primera esposa, Lucerito Aguilar.
Con ellos viajó por todo el país dando obras de teatro que escribía en forma exitosa su suegra. Escribió sus propias obras, las difundió por L.U.5 de Neuquén, L.U.19 de Cipolletti, y por todas las radios de la patagonia. Las presentó en todos los teatros, escuelas y clubes.
Era un mito en algunos pueblos. En el horario en que se transmitía su novela nadie salía a la calle.
Dios le permitió hacer lo que más le gustaba: comunicarse con la gente, llegar a ella en forma simple y sencilla. Sabía lo que le gustaba al hombre de campo, al hombre rural, al de los pueblos. Sabía de los mitos. De la fe en Dios en cada uno de ellos. El mal trato que muchos habían sufrido de sus patrones, lo sentían sobre el escenario en la obra de Juan Moreira.
El humor popular los hacía reír a carcajadas. Su llegada a cada pueblo era una fiesta.
Eran felices, él los hacía felices.

Para finalizar voy a comentar una experiencia muy hermosa que me pasó en Chubut en el mes de enero de l976, con mi esposo Eduardo y mi hijo Guillermo de ocho años. Recorrimos todo el sur. En Comodoro Rivadavia fuimos a la playa de Rada Tilly y pasamos la noche en carpa. Mientras mi esposo la levantaba me acerque a una casilla a pedir agua caliente para preparar el mate. Me salió a recibir un señor mayor que inmediatamente me hizo entrar con Guillermo a la casilla. Mientras su esposa calentaba el agua, observé el interior de la vivienda y enseguida me llamó la atención que sobre un mueble se encontraba la fotografía de la compañía de mi hermano, los programas de todas las novelas, un florero con flores artificiales y dos velas.
Sorprendida le pregunté textualmente: ¿Qué es esto? El hombre, con mucha ternura me explicó quienes eran, de adonde venían y me contó que cuando escuchó la primera novela por la radio y se enteró que la daban en el cine, fue al lugar en el momento en que estaban armando el espectáculo que se daría en la noche, y la venta de entradas.
Dijo que en un momento se le acercó una persona que no conocía y le preguntó si vendría a ver la obra y él le contestó que le gustaría, pero que no tenía dinero para comprar las entradas para él y su esposa.
El hombre sonriente le preguntó “¿Usted no va a venir al teatro sólo porque no tiene dinero? Mire yo soy Jorge Edelman y está invitado a que venga con su esposa esta noche a compartir con nosotros nuestra primera función. Pero esa no fue su primera invitación, sino que todas las veces que Coque llegaba a Comodoro, personalmente iba a Rada Tilly a llevarle las entradas.
En ese momento sentí una emoción tan grande, que sólo atiné a decirle a Guillermo: “Vení hijito, mirá la foto del tío Coque.”
El matrimonio recién supo que era mi hermano y junto a su esposa me abrazaron y besaron compartiendo esa emoción.
Estoy segura que ya se convirtió en un mito popular y en el lugar en donde se encuentra ahora está junto a todos los personajes que representó en la ficción, seguramente lleno de felicidad.
Adiós, hermano. Te despido con orgullo y te digo que hoy te sigo viendo cuando llega Lucas y Mora, mis nietitos, en la bicicleta, ambos con la misma diferencia de edad que teníamos nosotros, él 11 y ella 5. Los dos peleando, él haciéndola rabiar y cuando ve que se enoja la besa y la hace reír. Cuando sus padres protestan porque Lucas no estudia, cuando sólo quiere estar en la calle con sus amigos, pero obedece cuando le imponen horarios. Por eso los entiendo a los dos y tengo la seguridad que estos pequeños serán tan unidos como hemos sido nosotros y que sólo la muerte los separará.
Molly Edelman.

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